martes, 7 de julio de 2009

Los que sí, los que no, y los que más o menos

La fuga del zurdo holguinero, Aroldis Chapman, ya ha dejado de ser una noticia. Por el momento, solo queda seguirle la pista a los posibles destinos de este talentoso lanzador en Grandes Ligas. Porque de que ahí está su futuro, lo está. De que puede desempeñar un magnífico papel en las Mayores, perfectamente puede. El equipo de béisbol cubano, su dirección, y el pueblo de la Isla desperdigado o no por el mundo, deberíamos estar acostumbrados a eventos de esta índole.

Ahora bien, siempre estas situaciones me dejan un estado muy contradictorio. No pienso únicamente en el abanico de oportunidades que se le abren de pronto a Chapman. Ni siquiera en el orgullo que seguro sentiré cuando empiece a "echarla fresca" en la MLB. Pienso, en primera instancia, en el indiscutible pasatiempo nacional. La entrañable pelota nuestra ya no es, ni será nunca, la de antes. Los títulos, cada vez más, caerán menos en nuestras manos. Y eso perjudica siempre la alegría de un cubano, dondequiera que se encuentre.

No cabe la menor duda de que el factor común entre la nomenclatura oficial y su disidencia, es el conjunto de camisetas del Team Cuba con sus medallas doradas reluciendo. En ese punto al menos, finalmente, sí hay consenso.

En lo personal, y muy por encima de mi lugar de residencia, cuando a mi país se le escapa una corona en cualquier torneo besibolero, siempre pienso igual: "Cuba se está cayendo a pedazos". Y es que para mí, el deporte nacional, con su capacidad de desatar pasiones descomunales en los más disímiles estratos y contextos, marca el ritmo interno de la patria. Funciona como una especie de indicador de la salud cubana en lo social, económico y político.

Y ya en lo que va de año, creo que me son insuficientes los dedos de ambas manos para contar los peloteros cubanos migrantes, tan solo en un semestre. Aquí no voy a repasar las causas. Es relativamente sencillo: salen a procurarse las opciones que un sistema rígido les veta. Y a la par, bastante más complejo: están dispuestos a ir con puntualidad a la Isla para integrar su equipo nacional. O lo que es más. Volver para que nuestra bandera ondee en el asta mayor de la contienda que aparezca, para cantar nuestro himno en lo más alto del podio, como legítimamente les corresponde.

A esto lo conocemos en nuestro argot como "acudir presurosos al llamado de la Patria", o algo parecido. Pero ya sabemos que la Patria ni siquiera amaga con llamarlos, por muy felices que los haga. No obstante los muchos triunfos y regocijos que pudieran regalarnos a todos los cubanos del planeta, la realidad es que la Patria ni siquiera los menciona.

Un debate, entonces, en torno a esta temática parecería urgente, por descarnado que resulte. Pero, ¿cuántas implicaciones tendría para lo que a veces denomino "el país"? Admitamos sus limitantes dialógicas, su empecinamiento, su soberbia. ¿Resistiría "el país" un análisis de tal envergadura? ¿Ha alcanzado la madurez, la mesura y la humildad necesarias para auspiciar y encarar esta polémica? Tan solo, ¿le interesaría, le preocupa? Puedo lanzar al ruedo montones de preguntas, incluso, aventurarme y adjuntar varias respuestas. Sin embargo, hay una que siempre destaca y permanece suspendida. ¿Qué insondable sortilegio vuelve tan frágil y tan fuerte "al país"?